La línea del horizonte resultaba
demasiado lejana, un cielo azulado con tintes del sol todavía
presente en aquellas horas de la tarde, una suave brisa acariciando
las largas ramas de los árboles distantes desde mi ventana, más
cerca, ropa tendida secándose al sol, sonidos sordos, un grito, el
ruido de coches circulando. Ni siquiera eso hacia que mi mente dejara
de girar, de pensar en él, en como ocuparía ese mismo instante en
el cual yo tenía tanta necesitad de su compañía, y sin embargo,
como otras muchas tardes, noches...callaba y dejaba ir. Quizás por
la complejidad de nuestra relación, el lugar de cada uno, la
libertad imperiosa. Pero la mente volaba y volaba hasta el infinito.
Amantes, cuerpos ardientes perdidos
entre luces opacas, tenues, casi inexistentes que recortaban siluetas
sugerentes atrapadas en un abrazo, para fundirse y crear otro cuerpo
alienígena y prisionero de aquel instante intemporal.
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